Persiguiendo el ojo de la tormenta

Deseo expresar algo, pero soy incapaz de poner mis sentimientos en palabras sin que suenen banales o amargos.
Duele menos que antes. Sin embargo, a veces se siente como si el mar de los hermosos recuerdos se hubiera quedado sin vida, solo quedaron restos de naufragios.
El regusto amargo de las confesiones trae colores más oscuros. Me pinta de negro, me roba la aceptación y la generosidad, saca a la superficie el lado más odiado de mi persona. Sé que hay luz más allá de la oscuridad, y el sabor melancólico es el remanente de las alegrías pasadas, pero el tenebroso sigue ganando.
Me recuerdo a mí mismo que es hipócrita de mi parte juzgar y responsabilizar al ofensor ya que no soy un santo. Las lágrimas de las almas heridas cubren mis pasos mientras camino por la vida.
Los recuerdos siguen surgiendo; aunque ahora se sienten diferentes. Los tonos sombríos, adquiridos recientemente, convirtieron un día soleado en una tempestad. Busco un refugio, pero el aguacero afectivo me limita la visión. Estoy persiguiendo el ojo de la tormenta, donde reina la serenidad. Está cien millas más cerca, pero todavía soy incapaz de romper los escombros del resentimiento.
Me pregunto si los de ultramar están en paz, y el huracán pasó sin devastar el alma de mi oponente en este emotivo drama. Desearía ser lo suficientemente fuerte para dejar atrás la agitación y enviar mis rayos brillantes al otro lado. Sin embargo, sigo entregándome a la tristeza por mi confianza destrozada y por lo que significó para el pasado. Sé que no hay nada bueno en reescribir la historia, ni tiene sentido mantener los dolores hirviendo.
Los ríos de montaña suelen ser impetuosos; aun así, todos terminan desembocando en un lago en calma o en un vasto océano. Asimismo, las mayores frustraciones del presente se convertirán en diminutas partículas de nuestra vida interior. Y el sol volverá a brillar en todos los rincones de nuestros mundos.
© Masha Zubareva 2023